domingo, 11 de diciembre de 2011

El relativismo ético, político y cultural de la sofística griega

EL RELATIVISMO ÉTICO, POLÍTICO Y CULTURAL DE LA SOFÍSTICA GRIEGA
por
Peredur

La antítesis entre phýsis y nómos.

Como resultado de su subjetivismo cognoscitivo, los sofistas pasaron a concebir  las normas éticas, políticas y culturales de cada ciudad-Estado como normas relativas y sujetas a los convencionalismos sociales. En este sentido, opusieron los nómoi (las normas y costumbres de cada ciudad) a la phýsis (el orden natural de las cosas) e hicieron de la antítesis entre phýsis y nómos la antítesis entre lo natural y lo artificial.

A) Los defensores del nómos: Protágoras.

Según nos ha transmitido Platón en el diálogo que lleva por título el nombre del gran sofista de Abdera, Protágoras confirió al nómos un papel determinante en el origen de las sociedades humanas. Tal como aparece en el diálogo, es muy posible que Protágoras se sirviera de un mito para explicar a su auditorio cuál fue, según él, el origen de los Estados. De acuerdo con este mito, en un primer momento los seres humanos intentaron reunirse para poder defenderse mutuamente de la amenaza constante que los depredadores suponían para ellos, pero, como Zeus no les había otorgado aún ningún tipo de saber político a través del cual confeccionar sus propias normas de convivencia, los hombres no podían evitar agredirse unos a otros y, como resultado, se veían obligados a dispersarse de nuevo. Temeroso de que la raza humana desapareciera, Zeus finalmente consintió enviar a los hombres las dos virtudes necesarias para que éstos se dieran a sí mismos sus propias leyes políticas; a saber, les envió la justicia (díke) y el pudor moral (aidós):
«[...] los seres humanos habitaban en los comienzos en azarosa dispersión, y no había ciudades, así que eran destruidos por la fieras al ser en todo más débiles que aquéllas. Su habilidad artesana les era un recurso suficiente para procurarse el alimento, pero deficiente con vistas a la lucha contra las fieras ─porque aún no poseían el arte de la política, de la que el saber bélico es una parte─. Procuraban ya reunirse y protegerse estableciendo ciudades, pero, cuando se reunían, se hacían injusticias los unos a los otros, puesto que no poseían la habilidad política, de forma que de nuevo se dispersaban y eran destruidos. Así que Zeus, temiendo que fuera a perecer toda nuestra raza, envió a Hermes a llevar a los hombres el sentido moral y la justicia, para que hubiera en las ciudades ordenamientos y pactos convencionales de amistad»; Platón, Protágoras, 320c-323a.
 B) Los críticos del nómos: Trasímaco.

En oposición a Protágoras, otros sofistas desplegaron su crítica contra el nómos, en el cual vieron el instrumento de los más fuertes y poderosos para imponer su ley sobre los débiles. Entre los máximos representantes de este planteamiento encontramos al sofista Trasímaco. Según éste, si lo justo es lo que las leyes imponen, y las leyes las hacen los poderosos para preservar su poder, entonces lo justo no consistirá realmente sino en lo que más conviene e interesa a los poderosos:
«Cada gobierno impone las leyes según le conviene [...]. Esto es lo que afirmo, amigo mío: que en todas las ciudades lo justo es aquello que conviene al gobierno establecido. Y éste es el que detenta el poder. Así pues, si razonamos correctamente, nos encontramos con que lo justo es lo mismo en todas partes: lo que conviene al más fuerte»; Platón, República, I, 338e-339a.
C) Los defensores de la phýsis: Calicles.

No muy distinta de la anterior es la opinión de uno de los personajes que interviene en el Gorgias platónico. Se trata de Calicles, de quien desconocemos si existió realmente. Sea como fuere, su opinión refleja perfectamente el pensamiento sofístico de la época. Para Calicles el nómos es el instrumento que los débiles utilizan para someter a los que son más fuertes que ellos. Pues, los que por naturaleza son más aptos para gobernar ─los fuertes─, tienen que someterse injustamente a las leyes creadas por los más débiles tan sólo porque estos últimos son más numerosos:
«[...] los que imponen las leyes son la mayoría, los hombres débiles. Para sí mismos y para provecho propio establecen las leyes»; Platón, Gorgias, 438b-c.
¿Existen los dioses por naturaleza o por convencionalismo social?

Los ataques y críticas que durante el siglo V se llevaron a cabo sobre la religión estuvieron estrechamente relacionados con la antítesis phýsis-nómos. ¿Existen los dioses por naturaleza o tan sólo por convencionalismo social? Tal fue la pregunta a la que intentaron responder sofistas como Protágoras, Pródico o Critias.

A) Protágoras: no es posible saber si los dioses existen o no.

Ante la pregunta por la existencia de los dioses, Protágoras se inclina por suspender el juicio:
«En lo que se refiere a los dioses, no estoy en disposición de saber si existen o si no existen, ni a qué se asemejan o cómo son en cuanto a su forma; porque hay muchas cosas que impiden saberlo, la oscuridad del asunto y la brevedad de la vida humana»; Diógenes Laercio, IX, 51.
B) Pródico: convertimos en divinidades las cosas que nos son útiles y beneficiosas.

Por su parte, para Pródico de Ceos los dioses no existen por naturaleza, sino que, muy al contrario, fueron inventados por los hombres para dar las gracias de forma personal a todas aquellas cosas de la naturaleza que en un principio les resultaron útiles y beneficiosas:
«Pródico de Ceos dice: “Los antiguos consideraron como dioses al sol y la luna, a los ríos, a las fuentes, y en general a todas aquellas cosas que son útiles para nuestra vida, en la medida en que la ayudan, igual que los egipcios deifican al Nilo”. Añade que por esta razón el pan fue llamado Deméter, el vino Dionisio, el agua Poseidón, el fuego Hefesto, y así sucesivamente cada cosa que era útil»; Sexto Empírico, Contra los matemáticos, IX 18.
C) Critias: los dioses son una invención política para asegurar la buena conducta.

Por último, en uno de los fragmentos conservados de su obra Sísifo, Critias describe la religión y el culto a los dioses como algo artificial, deliberadamente introducido por los gobernantes para garantizar la conducta de los ciudadanos de conformidad con las leyes:
«Entonces, como las leyes impedían que los hombres cometiesen acciones violentas en público, pero continuaban cometiéndolas en secreto, creo que un hombre de sagaz y sutil mente introdujo en los hombres el miedo a los dioses, para que pudiera haber algo que asustara a los malvados aun cuando a escondidas actuasen, hablasen o pensasen alguna cosa»; Sexto Empírico, Contra los matemáticos, IX 54.
 T. Calvo, De los sofistas a Platón, Ediciones Pedagógicas.

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