martes, 3 de julio de 2012

Los maestros de Verdad y el trasfondo sagrado de la realidad

ADIVINOS, POETAS Y SOBERANOS DE JUSTICIA EN LA GRECIA ARCAICA
por
Peredur

Primera Parte
Los maestros de Verdad y el trasfondo sagrado de la realidad

Con anterioridad al así llamado milagro griego, los antiguos pobladores de la región hoy conocida como Grecia dispusieron de mecanismos complejos a través de los cuales lograron entrar en contacto con el trasfondo de la realidad cotidiana. De hecho, percibir una fractura metafísica en la realidad no dependió únicamente de la filosofía. Antes de que los filósofos emplearan sus capacidades para concretar la Verdad (alétheia), determinados individuos de la Grecia Oscura y Arcaica tuvieron acceso a ese trasfondo sagrado desde el cual brotaban unos conocimientos excepcionales y, por lo tanto, una sabiduría que era reconocida como tal por el resto de la comunidad. Adivinos, poetas y aquellos soberanos de justicia que aún conservaban parte de las funciones religiosas que detentara el gobernante micénico fueron los maestros de la palabra sagrada revelada y, por lo mismo, de la Verdad. Pues, en efecto, si la filosofía griega tuvo como objetivo desde su mismo nacimiento el esclarecimiento de la Verdad, ésta fue en primer lugar palabra sagrada vinculada a las personas del adivino, el poeta y el soberano de justicia.

En esta entrada tenemos la intención de hacer un breve repaso de las características más significativas atribuidas al pensamiento religioso y mítico de los maestros de Verdad que proliferaron durante la Primera Grecia. No pretendemos ser exhaustivos. Nos bastará con traer a estas líneas aquellos ejemplos que consideramos paradigmáticos. Sin embargo, antes de empezar a hablar directamente de adivinos, poetas y soberanos, todos ellos maestros de Verdad y, por lo mismo, portavoces de un tipo concreto de palabra que brota desde lo que aquí llamaremos el trasfondo sagrado de la realidad, parece adecuado detenernos también brevemente en el análisis de lo sagrado como realidad última que se deja sentir desde su ocultamiento y que subyace a todo decir verdadero.

En la Antigua Grecia, si algo tuvieron en común el adivino, el poeta y el soberano de justicia, entre ellos mismos y también respecto de los primeros sabios y filósofos, no fue sino su relación con el fondo sagrado y misterioso de la realidad última. Ahora bien, la manera en que esta realidad ha sido aprehendida por cada pueblo en cada momento de su historia no ha sido siempre la misma. En el mundo griego antiguo, el cual no supuso ninguna excepción en este proceso, la realidad última adoptó distintos rostros que llegaron a rivalizar entre sí por la ortodoxia de su apariencia. Aun así, su referencia originaria y genuina, lo sagrado, nunca llegó a desaparecer del todo, ni siquiera cuando la filosofía, encabezada por Platón, pretendió desplazar a los tradicionales maestros de Verdad.

Según se constata en la obra de María Zambrano El hombre y lo divino, lo sagrado, situándonos en un plano antropológico universal, es «la presencia inexorable de una estancia superior a nuestra vida que encubre la realidad y que no nos es visible», «es una irradiación de la vida que emana de un fondo de misterio; es la realidad oculta, escondida». Igualmente, según hubo de sentirlo el hombre originario, lo sagrado puede ser concretado como «lo divino no revelado aún», «ese algo que más tarde, después de un largo y fatigoso trabajo, se llamarán dioses». Si atendemos a las palabras de la ilustre pensadora malagueña, especialmente a las referencias a los dioses y a la realidad oculta, no nos será difícil localizar en la primera de éstas la manifestación religiosa y mito-poética de lo sagrado, a saber, lo divino, cuya imagen se convirtió en la primera materialización conceptual construida sobre la presencia sentida de lo sagrado. En cuanto a la realidad oculta, fue la filosofía la que pasó a hacerse cargo directamente de ella al tomar el desocultamiento de lo sagrado como desocultamiento de lo real, esto es, del ente (tò ón), de lo verdadero (tò alethés). Por eso «el origen de la filosofía se hunde en esa lucha que tiene lugar dentro todavía de lo sagrado y frente a ello». Sin ir más lejos, en los fragmentos que conservamos de Heráclito y Parménides se puede apreciar la pervivencia de las maneras propias del pensamiento oracular y poético de los antiguos maestros de Verdad. Así, pues, no debe extrañarnos el carácter excéntrico (al racionalismo filosófico, se entiende) de buena parte de los pensadores presocráticos; lo que viene a mostrarnos lo cerca de los tradicionales maestros de la palabra sagrada que llegaron a encontrarse los precursores inmediatos de la filosofía. Ahora bien, más allá de las formas que caracterizan el surgimiento del pensamiento filosófico, lo que nos interesa en este momento de la exposición es el hecho de que hubo un tiempo en el que el adivino, el poeta y el soberano de justicia detentaron el poder de la palabra verdadera que, con el advenimiento de la filosofía, reclamaría para sí el filósofo.

En otro lugar hemos analizado el proceso según el cual el filósofo, encarnado en Platón, llegó a solicitar para sí la exclusividad de la palabra certera que habría de situarlo, de acuerdo con sus expectativas, por encima del resto de los ciudadanos haciéndole asumir las más altas responsabilidades políticas de la ciudad. Ahora, sin embargo, parece conveniente detenernos en la figura de los antiguos maestros de Verdad que aparecen en los textos griegos más arcaicos, donde el pensamiento filosófico que hubo de propiciar el surgimiento de la pólis, como es lógico, no está presente, al menos como tal. Con ello no sólo intentaremos hacer más comprensible el empeño de la filosofía por desplazar a estos maestros tradicionales de la palabra, sino que, sobre todo, a partir de las figuras griegas del adivino, el poeta y el soberano de justicia, fijaremos tres de las funciones más importantes de los antiguos maestros de Verdad, a saber, la adivinación profética, el mantenimiento de la memoria colectiva de la tribu y la manifestación ante esta última de la existencia indispensable de la soberanía sagrada. En tal caso, aún nos queda por ver de qué manera se presentaron en la Antigua Grecia estos maestros de Verdad ante las gentes que como tal les reconocieron. ¿En qué consistía su maestría? ¿Cuál fue su sabiduría?

María Zambrano, El hombre y lo divino, FCE.

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